Thursday, May 14, 2009

Éranse unos acarreados

Estos últimos días se nos ha estado presentando información que sólo hace que nos decepcionemos (más) de la clase política.

El libro de Ahumada expone en mayor o menor medida a toda la clase política, al PRD con sus millones de pesos que consiguieron a través de la extorsión y los contratos de obras con Ahumada, al PAN y al PRI por unirse para enfrentar a un supuesto enemigo común.

Por otro lado las declaraciones de Miguel de la Madrid en las que un día dice que Salinas y su familia tiene nexos con el narcotráfico y que robó mucho, y el otro día dice que siempre no quiso decir eso, y Salinas cínicamente tratando de descalificarlo.

Tenemos, por otro lado, algunas insinuaciones en los diferentes periódicos y medios de comunicación, en las que se nos invita a anular nuestro voto, o de plano a no ir a votar, esto como muestra de inconformidad hacia la clase política en general. Algunas publicaciones han tratado de “enseñar” cómo anular el voto.

Al principio esta idea puede sonar atractiva; anulo mi voto porque “todos son iguales”; anulo mi voto para que la “clase política” sepa que cada vez nos representa menos; anulo mi voto porque no hay a quién irle.

El problema viene cuando nos damos cuenta que, legalmente, anular el voto (o no ir a votar) no acarrea consecuencia alguna. Al final de cuentas, aunque voten 10 personas (de los 77 millones y medio de empadronados en el IFE), la ley dice que el ganador de la elección es el que tenga más votos. No hay ninguna cláusula que diga que tiene que haber un porcentaje máximo de votos nulos, o un porcentaje mínimo de participación ciudadana en el voto.

Anular el voto no sirve para nada, excepto para una cosa: Anular el voto (o de plano no ir a votar) beneficia a los partidos minoritarios, que no están en alianza y que tienen que juntar mínimo un 2% de votación para no perder su registro. O los partidos que han estado atacando a las instituciones y saben que tendrán cuando mucho unos 10 millones de votos.

Estos partidos chiquitos o impopulares quieren que los 10 millones de personas (que se componen de muchos acarreados e incondicionales) logren un porcentaje muy grande de la votación total: No es lo mismo 10 millones de 50 millones (un magro 20%, máximo, de votos), que los mismos 10 millones de un total de votos de 30 millones (con ello lograrían un 33% entre todos ellos, un número que los pondría en el umbral de conseguir lo que quieran en la cámara de diputados)

La decepción de la gente está siendo utilizada por los partidos chiquitos o impopulares; Están utilizando los últimos “escándalos” para “quemar” toda la clase política. Para que los ciudadanos no nos paremos en las urnas, para que los votos que ellos saben que son seguros (a través de sus acarreados, a través de los tiangueros, taxistas piratas y a todos los grupos que se dejan llevar por ellos) valgan más.

Dejemos que los partidos chicos o impopulares logren su nivel real de votación. Votemos, por el partido que cada uno consideremos como el mejor, o el “menos peor”, pero vayamos y votemos.

Lo peor que podemos hacer es anular nuestro voto. O no ir a votar. Así llegó Hugo Chávez al poder en Venezuela. Ganó con una abstención brutal del 70%. Estoy seguro que los que no fueron a votar por “decepción” ahorita se lamentan.