Monday, May 17, 2010

Érase un país deshecho.

Tengo mucho sin escribir. Es que parece que no hay de qué escribir. O para qué escribir. Por principio, no suelo escribir acerca de la violencia. No sé mucho de temas de seguridad pública, además de que para hablar de ello hay que hilar demasiado fino. Prefiero hablar de economía o de política, temas respecto a los cuales puedo hilar suficientemente fino. O de fútbol, del que no se mucho, pero, siendo el fútbol la cosa más importante de las menos importantes, creo que vale hablar de él de vez en vez.

Y de repente pasan cosas que desbalancean la delicada situación de impasse en la que nos desenvolvemos todos los días. Una desaparición forzada, unas reacciones, unos sentimientos. Y estos sentimientos que me impulsan a pronunciarme al respecto, aunque tenga que ver con seguridad pública, que expliqué que no me gusta tocar.

Ya es de todos sabido que el Viernes en la noche desapareció el Jefe Diego. Podía uno estar o no de acuerdo con sus ideas, pero es un hombre de poder en México. Influye en la manera de pensar y de actuar de muchos. Es exitoso en lo que hace. Y es un referente del poder en México en al menos los últimos 15 años.

Las reacciones no se hicieron esperar. La reacción de la policía y de los cuerpos de seguridad francamente deficiente. Veo las fotos del periódico de policías rondando el rancho de Diego Fernández. Los mismos policías que pasan por el periférico: panza, camioneta, rifle y moscas incluidas. Con la mirada perdida al infinito y la más completa ineptitud que les brota hasta por los poros. Compárese la reacción de la policía de Nueva York en el intento de bomba de hace dos semanas. Diferencia abismal. Ni análisis de ADN de la sangre de la camioneta, ni análisis de las huellas de autos que hubiese junto a la camioneta, ni videos de cajeros automáticos en el pueblo más cercano.

La reacción de la prensa. Tibia, pusilánime, sin cuestionar la actuación de la policía. Un poco miedosa respecto a reacciones del crimen organizado. Algunos otros, en especial de la prensa escrita reaccionan mezquinamente, inventan teorías y especulan con argumentos más bien débiles.

La reacción de muchos mexicanos. Impulsiva, pobre, chiquita. Como la mente de muchos. Pensando en que “es un rico menos”, “para que vea lo que se siente” y joyas de esas, que exhiben 500 años de depender de papá gobierno, sea Virrey, Dictador o PRI.

Destaca entre los pedazos de comentario aquellos que dicen que “solo porque lo secuestraron a él merece atención”. Es impresionante ver cómo a tanta gentuza le da gusto que a una persona le pasen cosas malas. A mí me habla de una ignorancia inmensa y de una descomposición total del país.

La desaparición de Fernández nos debe de importar a todos porque, si a él lo pueden esfumar, eso significa que a cualquiera de nosotros, a la persona que sea, pueden hacernos lo que sea. Y eso es un reto para el Estado. El Estado no es el gobierno, el Estado somos todos.

Estoy preocupado. Las reacciones incluso de personas de la prensa, pero además de la gente en la calle son de “qué bueno”, de “se lo merecía”. Reacciones de gente bárbara, reacciones que deberían de preocupar a los políticos, que habrían de pensar en que estas reacciones son la consecuencia de un pobre sistema educativo, de un pobre sistema de valores y de un pobre ejemplo.


Espero que este momento que atravesamos haga reaccionar a la clase política. Que piensen que las reacciones salvajes de la gente se deben a la falta de valores. A la falta de esperanza. A la falta de educación, a la mente tan corta con la que han sido educados. A la educación socialistoide que hasta la fecha se imparte en la escuela. A los impávidos monopolios educativos, sindicales, políticos y económicos que logran quitar las ganas a los más aguerridos.

Por el bien de nuestro querido país espero que no hayamos pasado un punto de descomposición del que no se pueda regresar. El caldo no está para albóndigas.